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El amor nace de la comunicación??

lunes, 17 de diciembre de 2012

Lo que es la realidad...


¿Cómo puede alguien inventarse una realidad tras la cual enmascara todo el dolor y la ruina que lo sumergieron en el Lago Cocito? ¿Cómo se crea un universo paralelo que se presume como el más valioso de los tesoros, la más importante de las posesiones? Una máscara de falsedad que oculta un deseo equívoco, una esperanza muerta, pisoteada, putrefacta y escupida desde las entrañas de este mundo caótico y en decadencia. Un amor pasajero. Falso.
Efímero.
Yo lo hice.
Oculté una traición que me destruyó por completo, desde los cimientos. Arrancó mis raíces y las arrojó al viento por sobre el hombro. Como si todo lo que hice significara nada para ella. Como si todo el tiempo fueran granos de sal diluidos en el mar.
Volé hacia el sur como las aves en invierno. Con un pasaje de 43 días, a un lugar donde sólo esperaba encontrarme con ella, ni siquiera avisé a otros conocidos; quemé las balsas y me quedé en las indias. El recorrido del avión a la salida del aeropuerto fue terrible. Se me hizo eterno. Ya estaba allí y de todas formas seguía muy lejos de ella, sometido a los deseos de esta absurda burocracia aeroportuaria que exigía tramites, trámites y más trámites a pesar de las filas inacabables de turistas y paisanos, si es que así los llaman allá. Pensé que una de mis maletas había hecho una escala que yo no tenía contemplada y se había perdido en el camino. Pasé diez inmensos minutos buscándola, hasta que la vi entrar por la banda transportadora. Mi corazón volvió a relajarse.
Me encaminé a la salida y la aduana se plantó delante cual feroz dragón al que hay que derrotar antes de abrazar a la princesa en la torre más alta del castillo. Me sentí perdido, pregunté, escribí mis cosas en una hojita, me di cuenta de que nadie lo hacía, pensé que todos lo habían hecho en el avión. El pánico me tocó el hombro y me hizo un guiño escalofriante. La plata no iba a alcanzarme para pagar todo lo que yo pensé debía pagar. Las maletas pasaron sin problemas, el pánico se burló de mí y se alejó carcajeándose hacia algún lugar para agazaparse y aguardar la siguiente oportunidad.
El cansancio me tenía para el carajo, fueron demasiadas emociones en muy poco tiempo, aunque me haya parecido toda una vida. Arrastré mi maleta y las puertas de Ezeiza se abrieron para mí.
La primera vista de Buenos Aires me recordó de inmediato a todas esas veces en las que hice un examen de selección; el concurso de ingreso y los de la UNAM. La gente esperando por sus estudiantes, más ansiosos que los muchachos dentro. Todos con la mirada clavada en la puerta, en el muchacho que salía y se enfrentaba a la luz de un día sin presión, el esfuerzo ya estaba hecho, sólo quedaba esperar. Así la gente, muchísima menos, clavó sus ojos en mí y un segundo después pude ver la ilusión desvaneciéndose de sus ojos; yo no era la persona que esperaban.
Miré a todas partes. Dos veces fueron las que acaricié la valla con la mirada. Dos veces. A la tercera la pregunta apareció en mi mente: ¿No vino?
Caminé para alejarme de las puertas, la mirada de todas las personas no me sentaba bien y era mejor aparentar no estar solo. Me alejé un poco, el viento cálido de la ciudad desconocida me acarició el rostro. Seguí buscando con la mirada. Pensé que se habría equivocado, que tal vez había más puertas de arribos a Ezeiza desde fuera de Argentina y que estaba allá, en la otra puerta.
Anduve por allí buscando a un guardia, a alguien de confianza que me pudiera resolver la duda. Sin embargo, parecía que Buenos Aires era una ciudad tan segura que los gendarmes ya no eran necesarios.
Busqué puertas, jalando mi maleta y con la otra al hombro, busqué indicios que delataran su presencia, busqué un cartel con mi nombre, su rostro, su cabello… ¡algo! Mas nada de ella se asomó a mi vista.
La puerta que me parió en esta ciudad le dio paso al horror, ya no pánico ni miedo, era un horror maduro, alimentado por todo el tiempo que restaba para volver a mi…
No, aparté de un manotazo esos pensamientos. Ella estará aquí, esperándome, no hay otro lado donde pueda estar.
Y volví a la primera puerta. Me paré a una distancia prudente y miré, buscando por todas partes, entre toda la gente, por todos los rincones.
No estaba.

Yo dije que había sido perfecto. Que con ella conocí la felicidad, que me hizo estremecer como nadie lo había hecho nunca… y de hecho así fue. Su ausencia me demostró el vacío inmenso que había dejado en mi corazón tras quebrar la ilusión de nuestro primer encuentro. Dije que ese primer beso me elevó más allá del círculo más alto y conocí la eternidad en los rulos de su cabello.
Mentí.
Con ayuda de la tecnología creé una fantasía, un universo paralelo sólo para evitar que la gente me dijera las palabras que habían estado albergando en sus gargantas durante todo diciembre, frases corrosivas con las cuales pondrían de manifiesto su envidia ante la felicidad que me envolvía. Yo sabía que todos me apuntarían con el dedo y me tendrían lástima, perdonarían mi pecado porque estaba enamorado, y los enamorados son pendejos.
Pero yo no estaba enamorado. Nunca lo estuve.
Yo la amo, y amar es un verbo peligroso, muy peligroso.

Sweet Dreams!!
H.S

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