Cuando escogí mi asiento en el avión, preferí
viajar solo y junto a la ventana. Poco después del despegue, una joven, quizá sólo
algunos años menor que yo, me preguntó si podía sentarse en el asiento vacío
junto a mí. Yo, en medio de los nervios y la felicidad que me embargaba no me
sentí con la fuerza para negarme. Así que la miré, era muy linda por cierto, y
le dije que sí con una sonrisa. Después de todo, no podría decirle nada más sin
que mis palabras se amontonaran en mi boca, enredándose con mi lengua.
Viajamos en silencio un
momento, la película, cada quien la suya, en el respaldo del asiento de
enfrente nos mantuvo distraídos durante algún rato, hasta que sirvieron la
cena.
"¿No tienen
tortillas?", se me ocurrió preguntar, con lo que provoqué la risa de mi
compañera de asiento. "Hubieras traído las tuyas si las ibas a
extrañar." Me dijo.
Y comenzamos a platicar entre
bocados. Sólo cosas rutinarias en las relaciones humanas; nombres, fechas,
sitios de interés, gustos y disgustos.
Hasta que llegamos a la parte
interesante. "¿A qué vas a Argentina?" Preguntó con ese acento que
aprendí a amar a lo largo de casi tres años. Faltaban únicamente tres días para
que se cumplieran.
Me hinché de orgullo, cosa que
los enamorados no saben cómo hacer. No, ellos viven en una fantasía creada en
la mente de los otros, los que aman degeneran esa fantasía y construyen sobre
sus ruinas una realidad que es todavía más bizarra. Son de temerse las personas
que aman.
"Voy ir a conocer a una de
mis mejores amigas", recité como si hubiera ensayado la frase durante
mucho tiempo, y la verdad es que así fue. Yo esperaba que todo el mundo me
preguntara la razón por la cual iba a ese país tan lejano. Todo el mundo,
incluso el muchacho de las tortillas que no me llevé, el don del taxi, el
vagabundo tirado en las escaleras del metro, el piloto, las chicas que
sirvieron la cena, todos los pasajeros, el que me llamó por errar un número en
su marcación, todos, todos.
Me miró con los ojos muy
abiertos, ¿Me estás jodiendo?
Preguntaba su expresión. "¿Dónde la conociste?" Cuestionó a pesar de
que ya sabía la respuesta.
"La conocí con 30
vicios," expliqué y la duda en su rostro se hizo más intensa."Yo
escribo y algunas veces ella lee, en esos cuentos la conocí y me dieron ganas
de ir a buscarla, darle un beso y decirle lo mucho que la amo."
Creo que se aguantó la risa.
"Conozco a muchos que han hecho eso, y no les fue bien. Nada bien."
"Sí, muchos me lo
advirtieron, pero no creo... Estoy seguro de que a mí no me pasará eso con
ella."
Me equivoqué.
Intercambiamos números y
correos, "En caso de que te equivoques." Dijo y yo estuve seguro de
que no lo necesitaría. "Yo me quedo en Chile, pero viajaré a Buenos Aires
en una semana, si no te has suicidado podríamos quedar en algún lado."
Acepté y nos separamos.
Al salir de Ezeiza me enfrenté
con decenas de rostros desconocidos, todos expectantes y un poco desesperados.
Los comprendí, el camino del avión a esa puerta es eterno, esperar ahí debe ser
todavía más terrible.
Pero ninguno de esos rostros me
esperaba a mí. Me acerqué a una banca cerca de allí y saqué mi celular, era
nuevo y deseaba probar todo lo que había en él. La luz se escurrió sobre la faz
de la tierra, haciendo largas las sombras y a la noche alguien llamó mi
atención.
"¿Tú eres Heich?", me
preguntó y levanté la mirada, un poco adormilado reconocí sus rulos. Me puse de
pie de un brinco y me lancé sobre ella con los brazos abiertos. "Sí, soy
yo." Exclamé eufórico, su cuerpecito en mis brazos se acoplaba
perfectamente, como piezas de rompecabezas. En ese abrazo quise que supiera lo
mucho que quería decirle y las pocas palabras existentes en mi léxico para
expresarlo.
Me apartó de ella y me miró
apenada. "Se me olvidó que llegabas hoy, si mami no me lo hace recordar...
¿Cómo estuvo el viaje?"
Su pregunta me llegó desde muy
lejos, como a través de una bruma exótica habitada por criaturas de pesadilla. ¿Se
le olvidó? ¿Qué significaba eso?, estuvimos esperando este día todo el año. Lo
dejé pasar, estaría ocupada con los exámenes finales del secundario, yo qué sé.
"Bien," le dije,
buscando su mano con la mía. "Valió la pena."
"Supongo que querés
descansar. Vení vamos a la casa." Dijo y dio la vuelta, mi mano quedó
abrazando el aire.
La seguí.
Los días siguientes fueron
similares, su atención fue de escasa a nula conmigo. Su hermano parecía
fascinado con mi desplante caprichoso de trabajar para conocer a una chica de
tan lejos. Cada uno de sus comentarios al respecto hacia girar la corona de
espinas que ella le había puesto a mi corazón. ¿De verdad estaba pasando eso?
Casi podía escuchar a mamá diciéndome "te lo dije."
"¿Qué pasa?" Le
pregunté una mañana que acudí a su lecho. Por las mañanas nos quedábamos solos
en su casa, mami trabajaba y su hermano seguía en el cole.
"Pasa que tengo
sueño," dijo y se giró hacia el otro lado.
"Es medio día, ¿cómo
puedes tener sueño?"
"Déjame, son vacaciones."
"Pero me estoy aburriendo."
"Y hacé algo, pibe, allí
tenés la compu, boludea por ahí. Yo quiero dormir."
"No vine a boludear en la
compu, yo vine por ti."
No hubo respuesta. Fingió estar
dormida y desistí, no tenía nada que hacer en ese lugar. Tomé mis maletas, le
dejé sobre el buró la tableta y los regalos que llevaba para ellos, "Dile
a tu mami que gracias por alojarme." Le dije y salí para no volver.
Amar es un verbo poderoso y
destructivo. Mucho peor que cualquier arma de destrucción masiva creada por el
hombre. Ese mes no fue como yo imaginaba, sin embargo, gracias a Aidé no fue
tan malo. Me llevó a algunos lugares, me prestó el sofá de su casa y me hizo
sentir a gusto durante ese mes terrible.
Creo que con esto explico las
pocas ganas que tengo de volver al país del sur, porqué intento llenar mi dolor
con juegos y por qué estoy tan a gusto sin ilusión alguna.
Sweet Dreams!!
H.S