La Hora Exacta es:

El amor nace de la comunicación??

jueves, 6 de mayo de 2010

Amigo y teléfono.

Waazzaaaaaaa!!

“Aquella noche hacía mucho frío,” me contó Pedro, uno de mis mejores amigos. Lamentablemente, por el trabajo, se había ido a vivir al norte del país hace más de tres años. Sin embargo, intentamos mantener la comunicación por medio del Mensajero, el teléfono y el e-mail.

El domingo me llamó a la casa, su voz sonaba muy nerviosa y tartamudeaba. De haberlo visto, seguramente tendría el rostro pálido y los ojos muy abiertos. Casi podía escuchar el repiqueteo de su anillo contra el auricular del teléfono; estaba temblando, se le escuchaba en la voz.

Todos los viernes, tiene la costumbre de salir a beber con sus amigos. Todos los jueves, hace una rifa y el perdedor es quien se fletea a conducir y no beber una sola gota de alcohol, a pesar de que son desmadrosos, son muy responsables y ninguno de ellos tiene deseos de morir en el camino de vuelta a casa. Sólo Enrique es casado y todavía no tiene hijos, pero todos ellos tienen alguna buena razón para no quedar desparramado por la avenida principal de la ciudad, aparte de que ninguno quiere morir todavía.

Aquel viernes, me contó Pedro, le tocó conducir a él, el día anterior había sacado el número más bajo en los dados y tuvo que aguantarse, a pesar de que él tenía muchas ganas de emborracharse como nunca antes. Su novia, lo había dejado el lunes y no veía la hora de salir el viernes del trabajo para “ahogar” sus penas en alcohol. Cuando platicamos el jueves, yo le dije que era mejor así, que no valía la pena emborracharse por una vieja que de todas formas no iba a hacerle caso.

El domingo me dijo que había aceptado llevarlos a todos a casa después del bar y que se había aguantado las ganas de tomar algo. Incluso, me contó que había conocido a otra chica, un poco más bonita que su novia anterior. Yo había estado a punto de decirle que eso era genial, que así ya no tenía razón para preocuparse de la otra vieja. Sin embargo, en su voz no había felicidad por eso, me lo contaba como si le hubieran arrancado todas las emociones del cuerpo.

“Estuve con ella prácticamente toda la noche,” me confesó. “Desde que llegamos la vi y todos me animaron para que la invitara a bailar. Yo no quería, pero media hora después fue ella quien se acercó a nosotros y me invitó. No pude, ni quise, desairarla. Así que me levanté a bailar con ella.”

Una vez más su tono de voz me desconcertó, no me expresaba nada, ni emoción, ni coraje, lo decía como quien habla del clima sin ser meteorólogo.

“¿Y qué pasó? ¿Tenía un novio celoso que intentó golpearlos?” pregunté.

“No, no” me detuvo con una sonrisa sin gracia. Comenzaba a asustarme, algo malo le había pasado a Pedro y debía de estar relacionado con esa chica. “Ella iba sola, con sus amigas. Bailaba muy bien y está preciosa. Le resulté agradable e intercambiamos teléfonos.” Me contó y no comprendía el tono vacío de su voz. Tal parecía que se lo había pasado muy bien con esa mujer. “Quedamos de vernos el próximo vienes.” Me dijo. Adiviné una sonrisa en sus labios. Una sonrisa cansada y triste, de esas que te salen cuando no te queda más remedio que sonreír.

“¡Entonces les fue muy bien!” dije.

“Sí, todos se divirtieron mucho. Esta vez… ligaron, aunque dudo que las chicas vuelvan a ese bar. Ramiro las asustó un poco… creo. Sí… estuvo bien.” Sonaba tan distante, como si su mente le jugara una mala pasada e insistiera en llevarlo de nuevo a ese momento catastrófico en el que la diversión se acabó y todo se volvió dolor y oscuridad.

“¿Están todos bien?” le pregunté, pensando lo peor.

No, chocamos de vuelta a casa y Enrique murió, el capó del otro auto se zafó y le cortó la cabeza, Daniel está internado en el hospital muy grave, los doctores creen que no se salvará.

Pensé que me diría. Por suerte no lo hizo.

“Sí, sí…todos ellos están bien.”

“¿Y tú?” le pregunté y el silencio que siguió a mi pregunta me agarró el corazón con una garra gélida, como si fuera de hielo. Tan sólo escuché su respiración contra el auricular. Jamás lo había escuchado así, parecía estar muerto de miedo. Casi pude imaginarlo mirando hacia todas partes, hacia las sombras que había en su hogar con todas las luces prendidas y sobresaltarse con el más leve ruido proveniente de afuera.

“¿Pedro?” lo llamé cuando sentí que aquel silencio horrible me volvería loco. El vacuo silencio de aquella respiración entrecortada era un sonido mucho peor que el de unas uñas arañando un pizarrón.

“No” dijo después de lo que me pareció una eternidad. “No lo sé.” Agregó y escuché la desesperación en su voz. “No lo sé” repitió y su voz se quebró en un torrente de llanto que fui incapaz de controlar. No supe qué hacer al principio. Pensé que estaba jugándome una broma o algo así. Esperaba que de un momento a otro se echara a reír, pero no lo hizo. Jamás, en los cuatro años que lo conocía, había escuchado llorar a Pedro. Era un sonido desgarrador. Imposible. Como cuando vez hundirse algo que está diseñado para no hundirse nunca.

Tardé bastante tiempo en hacer que se calmara. Creo que lloró al teléfono durante media hora o más.

“Discúlpame” dijo cuando se tranquilizó. “Parezco un niño chiquito.”

“No, no te preocupes” le dije. “Si quieres llorar hazlo, por mí está bien.”

“No, ya fue suficiente” me dijo. “Creo que me siento mejor.”

Y colgó.

Sweet Dreams!!

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